Ahora tengo tiempo para escribir. No
es algo que me resulte grato, pero como mi abuela decía “ten cuidado con lo que deseas porque puede convertirse en realidad”.
Me fastidia mucho que tuviera razón.
Soñé con ser una gran escritora.
Apenas terminé cincuenta páginas de un relato.
Soñé con ser una heroína que
rescatara al mundo de su miseria. Mantener a raya –mal que bien-- mis miedos
fue lo más valiente que he hecho.
Soñé, soñé, soñé.
Sufrimos cuando aquellos que amamos
nos decepcionan, o dañan. Sin embargo, no solemos contarle a nadie como nos
sentimos cuando somos nosotros mismos los que nos defraudamos.
Muchas noches, mientras me quitaba el
maquillaje delante del espejo, he recordado las películas kitsch de los años
cincuenta, donde las lágrimas de un viejo payaso emborronaban su maquillaje.
Al fondo, el lamento triste de una
trompeta.
¿Cuántas personas tuvieron, tienen,
tendrán su reconocimiento del fracaso,
del absurdo?
Quizá al volante de un coche en un
atasco. O de pie, zarandeados por el autobús o el metro.
Puede que a la salida del colegio de
los hijos.
En la sala de espera de un médico.
O me equivoco –como tantas veces—y
esas miradas perdidas que a veces encuentro, no significan nada. Sólo eso,
están perdidos, viviendo en un laberinto transparente de plexiglás. Si fuera de
cristal, quedaría el recurso escénico y romántico, de romperlo en mil pedazos y
escapar.
Quiero hablaros de un abuelo
perfecto. De un padre también.
¿Pero es verdad que eran así? O simplemente necesito que sean así.
¿Importa?
La abuela Petra decía que hacerse tantas
preguntas sobre la vida sólo delata la
incapacidad de vivirla. La gente que tiene razón se suele hacer desagradable al
trato.
Estaba tan empeñada en perderle el
miedo a la muerte, que me quedé solo con
la parte del miedo.
Quiero que mi abuelo Benigno exista.
Quiero tener una foto en blanco y negro de él en mi salón, y contar
apasionantes y hermosas historias de él.
Quiero que haya habido otoños en los
que nos hayamos sentados juntos en un parque,
con unas castañas calientes en un cono de papel. Quiero que él me
haya susurrado el secreto de la Vida.
¿Es eso tan malo?
¿Por qué todo aquello que tememos se
convierte en realidad, mientras que aquello que amamos se queda en un simple
sueño?
Esta
no es la historia que había pensando contar.
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